miércoles, 27 de abril de 2011

PORQUE SOMOS COMINISTAS

POR QUÉ SOMOS COMUNISTAS

Esta es una pregunta que todo revolucionario debe hacerse y responder con honestidad y franqueza. No por desconfianza o convencionalismo, sino por lealtad a sus propias convicciones.

Ironizando la deserción de no pocos militantes comunistas, los escribidores a sueldo de la burguesía suelen decir: en su juventud, radicales; en su madurez, conservadores. Los hechos, sobre todo si examinamos la experiencia de las dos últimas décadas en la que, centenares de dirigentes y cuadros que en un momento se reclamaron comunistas o revolucionarios terminaron haciendo tienda con los representantes del capital o promotores del neoliberalismo, parecería darles la razón.

Según ese criterio el apasionamiento de los jóvenes comunistas y revolucionarios es un problema de edad, de inmadurez; de la misma manera que la madurez los torna ecuánimes, es decir en parte del sistema una vez pasado el sarampión juvenil.

Explicación tan simplista encubre la realidad más profunda del problema.

Quienes asumimos el comunismo como ideología y como teoría de la revolución social estamos convencidos de la inevitabilidad de la sustitución del capitalismo, sistema basado en la explotación y la opresión del trabajador, por otro donde desaparezcan ambas para dar paso a otro nuevo, sin explotados ni explotadores, basado en la justicia social, la igualdad, la solidaridad, la plena libertad: el socialismo.

El medio para lograrlo es la lucha de clases del proletariado, clase antagónica de la burguesía, cuyos intereses generales y concretos asume el partido comunista.

Pero el dominio que ejerce la burguesía en la sociedad no se limita al ámbito económico; es también así en el terreno de la política, la ideología y la cultura. Lo nuevo que nace y está en desarrollo debe enfrentar, pues, una inmensa fuerza protegida desde el Poder estatal establecido, que nunca cederá un milímetro sin resistencia ni aceptará la pérdida de sus ventajas y privilegios.

A ello hay que sumar el surgimiento del imperialismo y su desbocado expansionismo actual bajo la égida de los EE.UU., que no tolera el derecho de los pueblos a la autodeterminación y menos que se instale el socialismo.

La lucha es, pues, enconada y sin tregua. En todos los terrenos y en todas las formas. No pocos ceden a las ventajas que le ofrecen a cambio de la abdicación de sus convicciones,  a la tentación de la torta burocrática, a los privilegios que les ofrece el capital,  o se someten al chantaje y la represión. Resquebrajada sus fortaleza ideológica todo lo demás vendrá por añadidura. Así surgen los oportunistas o los tránsfugas del socialismo.

El comunista no es tal por razones solamente éticas o morales, porque le indigna los abusos, la explotación o la pobreza. Sus convicciones nacen de la constatación de que el capitalismo no está en condiciones de resolver las contradicciones fundamentales que aquejan a la sociedad peruana ni de satisfacer las necesidades humanas ni la preservación del medio ambiente. Que un mundo mejor y superior es posible. Marx advirtió con lucidez que el capitalismo creaba las condiciones materiales para ese cambio, pero también la clase social que la haría posible: el proletariado.


Esta probado que en el Perú la burguesía, subordinada al gran capital transnacional cuyo centro es Estados Unidos y Europa, no ha sido siquiera capaz de construir un capitalismo moderno ni un mercado nacional vigoroso. Esa es la dimensión de su dependencia y su atraso.

Está demostrado en los hechos que el Perú no tendrá un futuro exitoso siguiendo ese camino. Cambiar esta realidad desde sus raíces se llama revolución, socialismo. Un cambio de esa dimensión necesita de un partido político de clase,  un destacamento especial capaz de conducirlo y un pueblo trabajador capaz de realizarlo.

Una tarea de esas características exige una clara conciencia de sus alcances y consecuencias, un sustento teórico que le dé fundamento y una voluntad acerada  junto a elevadas convicciones de parte de quienes se atreven a enarbolarla. Ese sustento teórico es el marxismo leninismo, y esa voluntad el compromiso militante de los comunistas. No es suficiente, pues, la emoción social, el estado de ánimo beligerante o la repugnancia moral a un sistema que se pudre.

Asumir el comunismo es marchar siempre contra la corriente, a manera del salmón. Someterse a riesgos y asumir una voluntad de entrega a un ideal justo sin pedir nada en recompensa personal. Entender la vida de una manera distinta a la que entienden la burguesía o el pequeño burgués que se mueve siempre entre la ilusión de ser alumbrador de lo nuevo y, al mismo tiempo, esperanzado buceador de los privilegios que pueda ofrecerle la burguesía. No es casualidad que la abrumadora mayoría del los “balseros” o tránsfugas provengan de esta cantera social.

Muchos de ellos, ahora disfrutando del “poder” apoltronados en los sillones de la burocracia toledista, no lo son porque perdieron su beligerancia juvenil, sino porque prefirieron acomodarse a los privilegios dentro del sistema,  porque se han vendido a cambio de trece monedas para colocarse al servicio de los “dueños del Perú”.

Otra cosa es que el Partido tenga deficiencias o incurra en errores de tal o cual naturaleza. Que sus militantes no se hayan depurado aún de la influencia ideológica, cultural o ética decadentes. Todo esto es subsanable y debe corregirse con firmeza. Para eso tenemos el arma de la lucha ideológica, de la crítica y la autocrítica, de la autocomprobación en el curso de la práctica revolucionaria.

No es, pues, fácil ser comunista. Como no lo es todo lo que significa cambiar la realidad económica y social. De un lado, porque existen fuerzas poderosas que buscan perpetuar lo establecido recurriendo a todos los medios: legales e ilegales, ideológicos y coercitivos, de presión o corrupción. Del otro, porque ser comunista equivale a cambiar él mismo, a dejar de lado concepciones, hábitos y tradiciones decadentes que vienen de atrás, a ir construyendo nuevos valores, estilos, métodos de trabajo propios del proyecto histórico que aspira construir.

Entiende la política no como ventaja, como aspiración personalista o privilegio a ganar, sino como entrega a una causa justa al servicio del pueblo peruano. La política, expresaba Mariátegui, “es hoy la única grande actividad creadora. Es la realización de un inmenso ideal humano”. Por eso, agrega, “la política se ennoblece, se dignifica, se eleva cuando es revolucionaria”.

Esa es la política comunista, ajena a toda forma de oportunismo o arribismo. Distinta a la conducta mercantilizada donde los candidatos se venden o compran como cualquier producto comercial, y donde la corrupción es consustancial con el afán de enriquecimiento fácil o el disfrute de privilegios que otorga el Poder.

No es, pues, sencillo, ser comunista. Nada hay de extraño que en su camino quienes militan en sus filas encuentren siempre inmensas dificultades y retos, amenazas y reveses transitorios, o también trampas y cantos de sirena ofrecidos por el adversario para disuadirlo o corromperlo. Y nada hay más legítimo, noble y elevado que asumir sus banderas, que son las de la humanidad progresista, dueña de su destino, liberada de la explotación del hombre por el hombre.

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